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A recién graduados se les dijo que iban a Estados Unidos por un intercambio cultural y terminaron atrapados en una granja industrial

Una demanda alega que tres ciudadanos guatemaltecos, que llegaron a Estados Unidos con visas J-1, trabajaron en empleos peligrosos bajo falsos pretextos.

A screenshot of Livingston Enterprises Inc.'s website
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Al final de sus estudios en la Universidad de San Carlos, en Ciudad de Guatemala, Fredy Alvarado Contreras, Sergio Escobar González y Dennis Najera Barillas fueron reclutados para participar en una oportunidad especial: una pasantía de un año en una operación porcina, donde aprenderían de expertos, participarían en actividades culturales estadounidenses y en cursos de agronomía, y recibirían vivienda gratuita, según una nueva demanda. Los demandantes llegaron con una visa J-1, una visa del Departamento de Estado comúnmente otorgada a extranjeros para programas educativos o de investigación. Sin embargo, de acuerdo con la demanda, en lugar de eso trabajaron en empleos peligrosos en instalaciones de procesamiento porcino y descubrieron que la mayoría de las otras promesas —desde la vivienda gratuita hasta el intercambio cultural— eran una “farsa”. Antes de recibir su primer cheque de pago, tuvieron que desembolsar miles de dólares, recurriendo a préstamos y vendiendo sus pertenencias.

“Mi esperanza al venir a Estados Unidos con una visa J-1 era compartir mi cultura y aprender sobre la cultura estadounidense. Quería mejorar como persona, como profesional y económicamente. Quería mejorar mis perspectivas laborales y obtener un certificado que me ayudara en eso”, dijo Sergio Escobar González, uno de los demandantes, a través de un comunicado de prensa de la organización legal sin fines de lucro FarmSTAND.

La demanda fue presentada contra Livingston Enterprises Inc. (LEI), una empresa que opera en Nebraska y Kansas, y Worldwide Farmers Exchange, una organización sin fines de lucro con sede en California. Varios empleados de ambas organizaciones también figuran en la demanda. Los demandantes están representados por FarmSTAND, Legal Aid of Nebraska y el bufete Radford Scott LLP, con sede en Georgia.

Los programas de visas de trabajo, como el programa H-2A, permiten que inmigrantes cubran temporalmente la escasez de mano de obra agrícola en Estados Unidos. Estos programas son polémicos y están plagados de explotación, según una investigación reciente de la sala de redacción sin fines de lucro Prism. En diciembre, una granja de Connecticut que emplea a trabajadores con visas H-2A fue demandada colectivamente por violar condiciones laborales.

La visa J-1, por otro lado, prohíbe estrictamente usar a los titulares de la visa para cubrir necesidades de mano de obra o realizar trabajos para los que se podría contratar a un trabajador estadounidense. En teoría, estas visas deben proporcionar oportunidades educativas de trabajo y estudio, y suelen otorgarse a profesores y académicos visitantes. A diferencia de las visas H-2A, que son para puestos agrícolas temporales, las J-1 pueden cubrir hasta 12 meses en Estados Unidos.

“La agricultura animal es todo el año, así que no pueden usar esas visas”, dice Amal Bouhabib, abogada de FarmSTAND. Un informe reciente del Southern Poverty Law Center documentó la explotación de visas J-1 por parte de empleadores que buscan mano de obra barata y esta demanda sugiere que el sector agrícola no es una excepción. Atraer titulares de visas para trabajar en operaciones de engorde intensivo con promesas de una experiencia cultural y educativa mediante el programa J-1 es engañoso y explotador, alega la demanda.

Vendidos con una promesa falsa (y plagada de chinches)

Para pagar los aproximadamente 2,535 dólares de tarifas del programa, González vendió su carro y pidió un préstamo con un interés mensual de alrededor del 15 por ciento. Contreras vació su cuenta de ahorros, pidió dinero prestado a sus padres y cubrió parte de las tarifas con tarjeta de crédito. Luego compraron sus vuelos de aproximadamente 660 dólares a Lincoln, Nebraska.

Cuando González y Contreras llegaron a su vivienda allí —por la que se les descontaba del cheque de pago—, encontraron que vivirían en habitaciones improvisadas sin ventanas, de cuatro personas, en un antiguo Walmart, según la demanda. Para unos 40 hombres en el edificio había una sola cocina con una estufa funcional. También se alega que todas las áreas comunes, incluidos los baños, estaban vigiladas con cámaras de video las 24 horas. Dos meses después, estalló una infestación de chinches, según la demanda.

Sus cheques de pago tampoco reflejaban lo prometido. Para alcanzar el salario por hora que les habían ofrecido —tras deducciones por vivienda y una tarifa horaria más baja—, Contreras y González habrían necesitado trabajar de 70 a 90 horas a la semana. Terminaron aceptando un horario de 56 horas semanales, lo que según su gerente era lo que “la mayoría de los guatemaltecos hacía”, aunque podían ganar más trabajando más.

Recién graduados obligados a realizar trabajos crueles, sin capacitación

En las instalaciones porcinas, Contreras y González fueron instruidos para “procesar” lechones recién nacidos. “Esto incluía, entre otras cosas, aplicarles una pistola de tatuajes en las orejas para marcarlos y cortarles la cola con tijeras”, señala la demanda. Los demandantes no recibieron capacitación. “Cuando los lechones que Escobar González tatuaba comenzaron a sangrar profusamente, no recibió instrucción alguna sobre si lo hacía correctamente. Incluso después de que algunos lechones murieron desangrados, LEI no hizo ningún esfuerzo por instruirlos”.

Contreras también fue instruido para ayudar a una cerda a parir. Según la demanda, no recibió entrenamiento formal en tareas como administrar oxitocina, hormona usada para inducir el parto. En un caso, le dio dos dosis a una cerda, lo que le causó un prolapso uterino y la muerte.

Livingston Enterprises Inc. cría 36,000 cerdas y 1.2 millones de lechones destetados al año. En su página web mencionan el programa de visas J-1, que describen como una experiencia para “aprendices” que “no solo aprenderán sobre nuestras prácticas agrícolas, sino que también experimentarán la cultura estadounidense”. LEI no respondió a las solicitudes de comentario de Sentient.

Los demandantes también fueron instruidos para limpiar establos con hidrolavadoras, sin capacitación ni suficiente equipo de protección personal. Solo se les dieron gafas y una mascarilla N-95 que usaban hasta por tres semanas. Según la demanda, la tarea podía provocar que “los desechos fueran expulsados al aire en una nube tóxica de heces, sangre y químicos altamente concentrados como el peróxido de hidrógeno que podían entrar en la boca, ojos, oídos, nariz o piel del trabajador”.

A raíz de esto, González desarrolló urticaria, que su gerente desestimó como alergia, y Contreras sufrió problemas de visión y dolor ocular, incluso usando gafas. Cuando Contreras se ausentó un día por estos males, le dijeron que su jefe “lo estaba castigando” haciéndolo lavar establos tres días seguidos.

En cuanto a la promesa de “intercambio cultural”, la demanda alega que, aunque se les informaba de eventos locales, como ventas de repostería en la escuela, estos ocurrían en horario laboral. Y, “si querían ir a algún lugar en su tiempo libre, tenían que pedir un auto de la empresa, solicitud que a menudo era rechazada”. Tras varios meses, para enfrentar el aislamiento, los demandantes juntaron dinero y compraron un carro.

La página About Us de Worldwide Farmers Exchange (WFE) describe los beneficios del programa como “amistades duraderas, experiencias culturales compartidas y conexiones profesionales para toda la vida”.

En respuesta a Sentient, Ashley Medulan, directora ejecutiva de WFE —empresa también demandada—, dijo que aunque no podían comentar sobre un litigio en curso, “seguimos confiados en nuestra posición y responderemos adecuadamente a través del proceso legal. Nuestra organización se compromete a mantener los más altos estándares de integridad y cumplimiento”.

Amenazas de detención por ICE y represalias, alega la demanda

Cuando Contreras y González pidieron reducir su horario a 45 horas semanales, su jefe se negó, diciéndoles que ese horario era “solo para estadounidenses”. Luego fueron trasladados a otra instalación, aparentemente como represalia. Cuando Contreras pidió realizar tareas de aprendizaje sobre la industria, le dijeron que no estaba allí para aprender, sino para hacer “lo que le dijéramos que hiciera”.

También se les advirtió que, si abandonaban el programa, podían ser detenidos por el Servicio de Control de Inmigración y Aduanas (ICE) y no podrían volver a trabajar en Estados Unidos.

“Estaban atrapados”, dice Bouhabib.

“Eso es justamente lo que la ley federal sobre trata de personas busca señalar: no necesariamente estás encadenado físicamente, pero hay múltiples formas de presión que te obligan a quedarte donde no quieres y hacer un trabajo que no deberías”.

Los abogados demandan bajo varias leyes: la Ley de Protección de las Víctimas de la Trata de Personas, la Ley de Normas Laborales Justas, la Ley de Protección de los Trabajadores Agrícolas Migrantes y Temporales, leyes laborales de Nebraska y el Título VII de la Ley de Derechos Civiles de 1964. Buscan compensación, sanciones y el fin del abuso del programa J-1.

Un nuevo patrón de abuso de visas J-1 en Estados Unidos

Un estudio reciente encontró que entre 2018 y 2020, el 45 % de los titulares de visas J-1 dijeron que el trabajo que realizaban no coincidía con lo prometido en el reclutamiento y que las amenazas de deportación eran una forma común de explotación.

La administración Trump ha impuesto nuevas prácticas migratorias: desde detener ilegalmente a titulares de J-1 hasta pedir a inmigrantes indocumentados que “se autodeporten”. La explotación de la visa J-1 es una forma de burlar el sistema, dice Jeannie Economos, de la Farmworker Association of Florida. Mientras el gobierno reprime a inmigrantes indocumentados, las visas permiten a las empresas “tener mano de obra barata y menos restricciones”.

Economos, que trabaja en la organización desde hace 25 años, dice que empezó a notar visas J-1 en el trabajo agrícola en los últimos años. Dice conocer una operación que reemplazó a sus empleados permanentes indocumentados por “internos” J-1.

“Se supone que es una pasantía, pero lo están estirando demasiado”, afirma. En un modelo de prácticas, se espera que los estudiantes pasen tiempo en el aula y en el campo, dice, que es lo que les habían dicho que sería su experiencia. También es común aspirar a más, dice Economos. “Vienen a aprender, vienen para hacer prácticas, pero también tienen la esperanza de regresar algún día, cuando se gradúen en su país de origen, y tal vez encontrar un trabajo aquí”.

Por eso, muchos titulares de J-1 temen denunciar por miedo a la deportación y a ser vetados para volver a Estados Unidos, amenazas que Contreras y González dicen haber recibido en Nebraska.

“Todo este desastre ocurre porque tenemos un sistema migratorio roto que empeora día a día, si no hora a hora”, dice Economos.

Según CNN, más de 525 visas estudiantiles y académicas han sido revocadas este año. Y el Washington Post informó que el presupuesto fiscal 2026 de Trump incluiría recortes al Departamento de Estado, eliminando “todos los programas educativos y culturales administrados por el departamento”.

Bouhabib dice que el caso muestra un elemento clave del sistema alimentario industrializado: muchas operaciones dependen de mano de obra extranjera explotada para mantener precios bajos y ganancias altas. “La agroindustria está abusando de estas visas”, afirma.

Los abogados aún esperan respuesta de una solicitud bajo la Ley por la Libertad de la Información presentada en junio de 2024 al Departamento de Estado.

Al momento de la publicación, LEI seguía promocionando su programa de “aprendices” J-1 en su página web.

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